¡Entre periodistas te veas!

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Dentro de muy poco días los periodistas cubanos celebrarán su Congreso, y en honor a la verdad, no avizoro cambios de envergadura en el sector, al menos por el momento.

Escuché decir que este no será el Congreso que solucionará los grandes reclamos del sector periodísticos, porque el país aun no está en condiciones de subir los salarios, ni entregar recursos tecnológicos a los profesionales de la prensa. Si me ganara el pesimismo, o mejor dicho, el realismo, preguntaría para qué destinar recursos a un evento de esta magnitud.

Mientras el palo va y viene, pasará otro Congreso y el cuartico seguirá igualito, asegura un amigo. Sin olvidar que continuaremos siendo los profesionales menos remunerados, y a quienes más se les exige.

Recuerdo que al graduarme, sentía cierto prurito de vanidad, cuando mi madre orgullosa me presentaba a sus amigas, y ellas muy entusiastas expresaban: “¡Periodista! ¡Qué profesión más hermosa!”.

Pero el tiempo y la realidad hicieron lo suyo, y aquellas frases de admiración se trastocaron por otras bien distintas, como: “¡Periodista! ¡Jumm! ¿Cuándo aterrizarán de una vez para reflejar los verdaderos problemas del cubano?”.

Al parecer, según opinión de gran parte de la población, los periodistas vivimos en las nubes. Bien pudiera ser ese uno de los temas a debatir en el 9 Congreso de la UPEC: cómo lograr que los profesionales de la prensa en Cuba desciendan de su Olimpo, y sientan como el pueblo.

Aunque mirándolo bien, no me parece muy afortunado eso de vivir y sentir como el pueblo. Si bien un periodista sufre las mismas vicisitudes del cubano de a pie, las enfrenta con actitud diferente, porque llega a entender las causas de las cosas.

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El periodista es esa extraña mezcla de artista, intelectual y obrero. Se les puede ver leyendo un libro mientras camina, hablando solo, para cazar el “lead” de la información, o hilvanando las principales ideas de una crónica en un ómnibus repleto de gente. Esa misma gente que le acusa de vivir en otro mundo, colmado de sobrecumplimientos y producciones que nunca se ven.

Pero llega el día que el periodista de tanto sentir como el pueblo, decide darle un vuelco a su existencia. Como varias de mis colegas, que desde hace algún tiempo ya no están entre nosotros. “Pasaron a mejor vida”, me dijo alguien.

Una de ellas trabajaba en la radio. Tenía que zapatear la empinada ciudad de Matanzas bajo nuestro sol caribeño. Cada día de aquí para allá, de allá para acá, gastando zapatos y sudando la gota gorda.

Por esos misterios del destino, o triquiñuelas de los hombres, en su centro laboral nunca había almuerzo, y cuando había, se trataba de algo incomible.

Por tal motivo los trabajadores de la emisora, incluida mi amiga, acudían a una cafetería de la esquina, para comprar algún tentempié.

El deprimido salario del mes no le alcanzaba apenas para agenciarse la pizza diaria y algún refresco. Pero amaba su trabajo. Informar sobre el acontecer cultural de la provincia le reconfortaba.

Descubrió entonces que habían cosas más importantes que escuchar su voz en la radio; o el reconocimiento y saludo de los vecinos. Poco a poco ya no le entusiasmaban sus coberturas. Se sentía cansada. Y peor aún, descubrió que había postergado muchos sueños, y que con su salario, serían irrealizables.

Un buen día decidió acompañar a su padre en el negocio de la fotografía. Retratar a quinceañeras era una empresa lucrativa que la arrojaría mucho dinero. ¡Dinero! Ese que no brinda la felicidad… pero calma los nervios.

El negocio marcha bien. Mi colega quería más tiempo para ella y construirse un futuro. Ahora tiene ambas cosas. Porque como bien sabe y siente la gente, “la realidad está muy dura, y el salario no alcanza”.

Otra amiga periodista también cometió el error de sentir como el pueblo. Decidió incorporarse al negocio familiar y participar en la venta de ropas. Su salario del mes apenas le alcanzaba para adquirir los alimentos.

En su servicio social nunca pudo comprarse un pantalón de vestir o un par de zapatos nuevos.

Ella y su novio vivían muy apretados económicamente, en cambio ahora, pueden planificarse y hasta salir los fines de semana. Cosas sencillas, pero imposibles cuando tu mensualidad no alcanza para nada.

La vi no hace tanto sentado junto a una mesa, vendiendo bisuterías y otras prendas de mujer. Le pregunté si no extrañaría el ajetreo constante del periodismo.

Me dijo que no. Que nada sentía. Que desde hacía mucho había perdido aquel entusiasmo juvenil de los primeros días. Que quizás mañana extrañaría un poco, pero hoy la reconforta trabajar por un salario que cumpla sus expectativas.

Yo bajé la cabeza y me marché. No siempre se pueden cuestionar las razones ajenas, aunque uno no las comparta. Pensé en las recientes palabras de Raúl, en el Congreso de la UPEC, y sobre todo, en los estudiantes recién graduados que en estos días se incorporan al sector.

Repasé mi vida y crucé los dedos. Ojalá la realidad y avatares diarios nunca marchiten este amor por mi profesión. Por suerte, todavía siento que tengo muchas cosas que hacer y decir como periodista…a pesar de todo.

 

 

 

2 comentarios en “¡Entre periodistas te veas!”

  1. Eso que les pasó a tus colegas les pasa a muchos otros. Algunos con más tiempo en la profesión. No dejan el periodismo porque el tiempo de los retos quedó atrás. Pero es difícil esta profesión, no lo dudes. Sin embargo, mi consejo es que no te dejes vencer y que sigas. Al final verás que valió la pena.

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