![](https://arnaldobal.wordpress.com/wp-content/uploads/2021/03/156623525_4125566487467587_8325785676168003342_o.jpg?w=1024)
—¿Dónde puedo encontrar una palma real? —la pregunta descoloca un tanto al interlocutor de Adán Rodríguez, porque si algo abunda en los parajes de Guanábana son precisamente las palmas reales.
—¿Cómo que una palma real? —responde a manera de pregunta el guajiro para salir de dudas.
—Sí, me encuentro enfrascado en una obra y me urge hallarla —remata el afamado escultor.
Adán Rodríguez vive en las afueras del poblado de Guanábana, y sí, aunque parezca un facilismo la comparación, su propiedad puede ser semejada a un edén, donde el paisaje acrecienta las buenas sensaciones que siempre regala la belleza natural. No necesita adornar las paredes de su casa con cuadros porque desde las ventanas abiertas se visualizan las diversas tonalidades del verde.
Desde su hogar se observan varias palmas pero, según conoció, necesita la autorización del Ministerio de la Agricultura para cortarlas, y quiere evitar trámites que le tomarían días, pues eso es precisamente lo que no tiene: tiempo.
Por ello, una mañana de enero decide caminar monte adentro para preguntar a los campesinos si sabían de alguna palma caída tras el embate de un fenómeno meteorológico.
Para suerte suya el guajiro le acaba de señalar un lugar en la espesura del bosque donde yacen dos troncos que quizás le sirvan. “Cayeron tras el último ciclón que pasó por la zona”.
Se desplaza con dificultad entre la maleza y las rocas. Distingue una, mas, al tratar de examinarla descubre que no es salvable ante el avance del comején. El artista siente cierta satisfacción al comprobar que la segunda, desplomada de raíz, está consistente.
Regresa a la orilla del camino a buscar un hacha y otras herramientas, y una vez junto al tronco comienza a “trabajarlo”. Primero debe retirarle el revestimiento externo, luego, las fibras del interior.
Cada golpe seco retumba en un eco que se extiende a metros de distancia, el sonido le resulta familiar, le llevan a sus días de infancia y hasta cree escuchar al abuelo.
“Pon las piernas a cada lado del tronco y sujeta el hacha con precisión”, le decía cuando era niño, en aquellos tiempos donde sin levantar una cuarta del piso le ayudaba a fabricar arados y yugos para los bueyes.
Ahora que lo piensa, bien pudo ser ese vínculo el detonante de su amor por el arte. Con cierto dominio lograba realizar aquellas herramientas tan útiles en el campo, que en menor escala las convertía en sus propios juguetes, transformando dos botellas en bueyes.
![](https://arnaldobal.wordpress.com/wp-content/uploads/2021/03/101661306_3148202541905661_5959616072112930816_n.jpg?w=720)
Siempre que se encuentra en total soledad recuerda su infancia, impregnada de ese aroma del monte del que nunca se ha podido desprender. Pudiera decir que fue un guajirito afortunado, que cuando quiso estudiar pintura contó con el apoyo necesario.
Más que la escultura, en sus inicios lo sedujo el dibujo. En sus primeras obras recreaba las imágenes de su natal batey La Palma, donde fue libre como solo puede serlo un niño que nace y crece en la campiña, y que descubre que con un pincel puede viajar más allá.
Su vida daría un vuelco, sin importar el desconcierto de los tantos que esperaban de él a un futuro veterinario. El pequeño Adán le pidió a su madre como regalo de cumpleaños asistir a las pruebas de actitud en la Escuela de Arte.
Su progenitora, Esperanza Falcón, no conocía la ciudad de Matanzas, pero estaba decidida a materializar el anhelo de su hijo. Recuerda aquellos tres días de exámenes de la mano de su mamá, viajando a la ciudad, sin conocer el trazado de sus calles. En vísperas de su cumpleaños llegaría un telegrama con la noticia de que el próximo curso matricularía como estudiante de la especialidad de Artes Plásticas.
Mientras Adán va dándole forma al tronco, labor detenida solo para secarse el sudor o espantarse algún insecto, se pregunta si habrá acertado con la concepción de la obra Hierro, de Carlos Celdrán.
![](https://arnaldobal.wordpress.com/wp-content/uploads/2021/03/unnamed-1.jpg?w=512)
Cuando Ulises Rodríguez Febles le habló sobre la nueva pieza que emplazarían en el Museo de Esculturas en Madera de la Dramaturgia Cubana, ubicado en la Casa de la Memoria Escénica, Adán pensó en una palma real como evocación a José Martí, mucho antes de leerse la obra.
En su casa descansa un busto del Apóstol esculpido por él y, según nos comenta, el árbol nacional de Cuba completaría la pieza.Ulises ha sido de gran ayuda para concretar sus ansias de escultor.
Cuando surge la idea del Museo la primera escultura que soñó terminada fue El Quijote, que sin dudas marcó su vida como hombre de teatro.La pensó como un homenaje a Albio Paz, quien le abriera las puertas al mundo de las tablas.
Sin conocer un ápice del lenguaje dramático accedió a formar parte del elenco de El Mirón Cubano, luego de dedicarse al magisterio, donde impartía clases de Pintura y Artes Visuales, tras graduarse en la Escuela Nacional de Arte.
Bajo la tutela de Albio aprendió de diseño de vestuario y escenografía. Sus conocimientos del monte y los árboles le permitieron crear una estética muy particular a partir de los recursos de la naturaleza.
Muchas de sus propuestas como diseñador resultaron premiadas, pero pocas le marcaron tanto como el personaje de Cervantes.
Siempre que evoca aquella puesta en escena le sobrecoge una sensación extraña preñada de misticismo. Nunca se ha explicado cómo pudo morir donde se estrenó, en España, precisamente en el mismo lugar donde el Manco de Lepanto recreara las pericias de su personaje.
El Don Quijote montado por el Mirón se estrenó en el país ibérico. A escasos días de la muerte de Albio Paz, 10 años después, toda la escenografía y hasta el mismo vestuario del Hidalgo ardieron durante un incendio en un teatro español, impidiendo que en el futuro se pudiera retomar.
Son cosas a las que Adán no le encuentra explicación, como tampoco se explica qué hace tan solo en el medio del monte moldeando el tronco de una palma real. Cuando se devele su obra, la reacción del público le hará sentir la satisfacción que siempre llena al artista; entonces no se sentirá tan solo.
En ese instante rozará la felicidad, como cuando sus diseños escenográficos estimulaban los sentidos de los asistentes a las puestas del Mirón, el Rita Montaner o el Icarón, agrupaciones que disfrutaron del privilegio de contar con el arte de aquel guajirito que nació en el batey La Palma y que supo determinar desde niño el camino que quería recorrer, porque siempre llevó en sí la fibra natural del artista.