Periódico Girón, 60 años después

La costumbre es más fuerte que el amor, y cuando menos lo piensas la más insospechada acción te demuestra que nunca has olvidado del todo ciertos vínculos, que hay sentimientos que solo se aplacan, nunca se olvidan; que están ahí, serenos y tranquilos, como esos peces que se ocultan en el fondo arenoso esperando el mínimo roce para emerger con fuerza.

Esa quizás sea mi historia personal con el periódico Girón, historia indisolublemente ligada a mi carrera de periodista. Fue en sus páginas donde por primera vez sentí esa rara sensación de ver mi nombre junto a un texto publicado, que más que vanidad te llenaba de terror: eras presa del juicio crítico de los lectores.

Por eso mis primeros recuerdos de Girón tienen que ver más con las pifias cometidas que con los reconocimientos alcanzados. Cómo olvidar mis textos estrujados en las manos de mi colega y mentor Norges Céspedes, como muestra de la pésima calidad de mis trabajos iniciales; o los garabatos que dejaba en mis noticias de apenas 15 líneas el corrector de estilo Luis Alonso, intentando darles cierta organicidad y coherencia a mis ideas.

Siempre rememoro aquella vez que el maestro Alonso me entregó una noticia sin hacerle trazo alguno. Yo me encaminaba raudo y feliz a mi departamento para emendar mi ‘trabajito’ y al notar que no había señalado nada, regresé a su oficina:

– Profe, creo que cometió un error, no me señaló nada- le dije con total humildad.

– Es que no había nada que señalarte- me respondió y creo que ese día me sentí un poco periodista.

  Como esas, son numerosas las anécdotas que acumulo y que involucran a muchos nombres. Con el tiempo uno trata de conservar los momentos más gratos, esos que te enriquecieron como ser humano y profesional, que a la larga son los que importan.

De mis años iniciales en el periódico bebí todo el conocimiento posible, y poco a poco, fui acercándome un tanto a ese ejercicio maravilloso que es el periodismo, del que a la larga descubrirás que siempre serás un eterno aprendiz. ¡Ay de los ilusos que se creen que llegaron a la cima! Una mínima metedura de pata te hace rodar cuesta abajo, y tragarte tu orgullo, para empezar de cero.

Si algo no me acabo de “tragar” de este oficio, que siempre se me atraganta, es lo fácil que se olvidan nombres que deberían tener su rinconcito especial en el corazón de muchos. Su dinamismo es tal, que no hay vacas sagradas, aunque algunos se crean en el olimpo. El mejor trabajo es el que te falta por hacer, nunca el último, ese es noticia vieja. De ahí que la vida te sorprenda siempre tras la gran historia. Y esas cosas las entendí en el periódico Girón.

Muy pronto, el semanario donde di mis primeros pasos como periodista arribará a sus 60 años. En seis décadas hay mucho que contar, así como mismo mucho ha quedado en el olvido.

No sé si la minúscula partícula que he entregado valga de algo o sea meritoria de mención. Solo puedo decir que aún tiemblo ante la cuartilla en blanco, y no se trata de una frase manida, es el sentimiento que nos embarga siempre a los periodistas.

 Aunque he escrito en Tablet, libreta de notas, celulares, nada se compara al sonido del teclado de una computadora. Y ahora que regreso al Semanario, luego de dos años en otro medio, descubrí que nunca me fui del todo. Siempre escribí con el tipo de letra Courier New, tamaño de fuente 11, con interlineado doble, como me enseñaron los viejos que conocí en ese medio, hace años ya.

“Es como las letras de una máquina de escribir”, me dijo una vez de sopetón un amigo de la televisión al leer una información impresa en una hoja lista para editar. Hasta ese momento nunca había caído en la cuenta que el tipo de letra que te exigían en el periódico a la hora de entregar los textos para su revisión eran similares a los de una máquina de escribir.

Creo que ese fue como un jalonazo invitándome al regreso. Escogía ese tipo de letra porque así me salen mejor las ideas. Es como si fuera el engrase necesario que ponga a tope toda la maquinaria que interviene en el proceso de escribir. Sin saberlo, siempre he escrito como si lo hiciera en una máquina de escribir, como lo hicieron quienes me antecedieron en Girón durante muchos años. Esa simple idea me hizo replantearme todo y entender que hay lugares a los que sí debes volver.      

Cambio significa crecimiento

El cambio es bueno para crecer. A veces necesitas de ese “crash” que te paraliza al principio, pero que sin dudas servirá como impulso necesario que te permita trasponer los obstáculos y alcanzar nuevas metas.

Ante cada cambio que experimentas en la vida, vas sumando un cúmulo de vivencias que enriquecen al ser humano que eres.

 De vez en vez te vienen a la mente rostros y lugares que añoras, y es cuando entiendes mejor que nunca el significado de la nostalgia, porque solo a la distancia del tiempo reconoces que en ciertas ocasiones fuiste inmensamente feliz, sin saberlo.

Pensar a los amigos que no están es de esos ejercicios tristes en los que te sumes cuando te constriñe la nostalgia, rememorarlos en escenas compartidas cuando solo importaba pasarla bien puede resultar una daga que penetra y duele hasta el hueso.

Y vas cayendo en la cuenta que te haces viejo cuando más recuerdos acumulas y más gente te falta, o cuando se te hacen incontables los lugares a los que quieres regresar, aunque Sabina se empeñe en cantar que no debieras volver allí donde una vez fuiste feliz.

Y quizás tenga razón el juglar español de voz granulosa, existen lugares a los que regresar significa lanzarse de cabezas contra la melancolía, como por ejemplo la universidad, de esos lugares a donde siempre quieres volver, mas no te alcanza el valor. Sabes, que nada más llegar, buscarás como un poseso el rostro de tus amigos ausentes, y caminarás los sitios preferidos que ya no reconoces y hasta te resultan extraños.

En esas cosas piensas cada vez que la vida te obliga a asumir un cambio. Entonces, es cuando confiesas que viajan en ti esa extraña dualidad que te incita a vivir a la aventura, y buscar a su vez cierta estabilidad.

A veces puedes parecer resignado con tu destino, donde solo reine la quietud y esas jornadas metódicas donde sabes qué ha de suceder a cada minuto, hasta que el Arnaldo jíbaro que llevas dentro se rebela y toma nuevamente las riendas.    

Es entonces cuando precisas del horizonte y de las sorpresas que allí te aguardan. “Todo será luz”, te dices, porque el optimismo es de tus mayores virtudes, y porque la vida es tan seria que hay que tomarla con desparpajo. Todo cambio significa crecer, aunque el crujir que producen ciertas rupturas te intimiden y acoquinen.

Al final, los miles de días que suman tu vida te reafirman que las deudas de gratitud se deben pagar a tiempo; y que uno debe centrarse en sus cosas, tapándose los oídos ante la injusticia que a veces se yergue como la esencia de un país. Porque la encuentras a cada paso, en cada esquina u oficina. Y callar – producto de ese falso sentido de la prudencia de no decir lo que piensas- se convierten en tu instinto de conservación… ¡Hasta que algo estalla y te urge el cambio!

Y deseas con todas las fuerzas de tu alma regresar a aquellos lugares que crees aún aguardan por ti, aunque sabes que no será así del todo. Pero lo importante es saborear ese minuto de gozo que te brinda lo desconocido, la incertidumbre, y hacia allí vas con todo tu empeño: necesitas más que nunca que seas tú quien dicte el curso de tu existencia, en total libertad, y donde cada minuto sea ganancia espiritual, nunca tiempo perdido.